Si el mundo estuviese hecho de harina, querríamos conocer los
secretos de la harina; si de huevo, los secretos del huevo; si de
plastilina, los de la plastilina. Nosotros estamos hechos, sobre todo,
de palabras. Cuando nacemos, alguien toma en sus brazos ese trozo de
carne fresca y comienza a amasarlo con palabras. Somos niños o niñas,
altos o bajos, feos o guapos, porque nos cuecen en una salsa de
adjetivos, pronombres, verbos, adverbios y preposiciones. Un hombre
hecho, incluso a medio hacer, es el hijo de, el novio de, el padre de,
el amigo de, del mismo modo que es ingeniero o médico o mendigo, además
de español, inglés o lituano. Por eso, conviene conocer el
funcionamiento de las palabras con la precisión con la que conocemos el
de los pulmones.
El corazón mata, pero las palabras también. Si a usted, por
ejemplo, le asignan la palabra mujer, corre el peligro de perecer a
manos de un marido (llevamos 38 mujeres muertas en lo que va de año). Y
si le asignan el término inmigrante, tiene bastantes posibilidades de
ahogarse al cruzar el Estrecho en una balsa. Vamos al cardiólogo cuando
nos duele el corazón, pero no se nos ocurre acudir al gramático cuando
nos duele la vida. Y hacemos bien, porque lo cierto es que cada uno
debería ser su propio gramático. Acabo de comprar una novela titulada Cuando éramos mayores,
de Anne Tyler (Alfaguara), cuya primera frase dice así: 'Érase una vez
una mujer que descubrió que se había convertido en la persona
equivocada'. No puedo decirles cómo sigue porque llevo varios días
intentando digerir ese comienzo tan terrible como esperanzador.
Es cierto: a veces no eres capaz de sacar adelante el proyecto que
tenías de ti y te sale un individuo detestable. Pero si dispones de los
recursos verbales necesarios para darte cuenta, quizá puedas rectificar.
Me pregunto si no nos habremos convertido en las sociedades y en las
naciones y en los países equivocados. Y si todavía estamos a tiempo de
construir una frase tan sencilla, pero tan eficaz, como la de esa
novela: érase un mundo que descubrió que se había convertido en un mundo
equivocado. Hay que hacer un pequeño esfuerzo sintáctico, pero vale la
pena. Viva la gramática.
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