El mordisco de Stephenie Meyer
EN PORTADA Entrevista
ROCÍO AYUSO
BABELIA - 06-12-2008 Esto es lo que me parece surrealista. Mi vida, mis libros, es de lo más normal", arranca una siempre sonriente Stephenie Meyer. Razón no le falta, porque el hotel Beverly Wilshire de Los Ángeles es un hervidero por su culpa. Fuera aumenta el número de seguidores a muerte de su saga Crepúsculo, que la esperan para conseguir su autógrafo, una foto o respirar el mismo aire. Y, dentro, varias plantas están dedicadas exclusivamente a entrevistas relacionadas con esta serie de cuatro libros: Crepúsculo, Luna nueva, Eclipse y Amanecer (las tres primeras se reeditan ahora en español y la cuarta acaba de salir a la venta en España), y de Crepúsculo, su primera adaptación a la pantalla, que se estrenó el mes pasado en Estados Unidos y ayer en las salas españolas. Un hervidero que justifican los 17 millones de copias vendidas de una obra traducida en 37 países o los 70,6 millones de dólares amasados durante el estreno en Estados Unidos. Pero aunque insista la escritora, su vida, sus libros, tampoco tienen nada de normal. ¿Cómo es posible que esta ama de casa mormona casada, con tres hijos y sin experiencia literaria, sea el motor de este fenómeno centrado en la saga de una joven, Bella, profundamente enamorada de un joven vampiro, Edward, demasiado guapo para ser mortal? Es la pregunta del millón y Meyer (Connecticut, 1973, www.stepheniemeyer.com) tiene la respuesta. "Escribí Crepúsculo pensando en mí. Y concebí una fantasía. Un amor que en las páginas de mi libro es tan fantástico como el mundo de los vampiros. Es Romeo y Julieta, es la mitología del amor. Esa primera vez que nadie olvida. No quería nada real. Buscaba algo diferente, parecido a los dioses griegos, y eso es lo que escribí", explica de su génesis.
Eso fue hace unos cinco años y después de tener un sueño tan fantástico que necesitó guardar de algún modo. Probó con la música o la pintura, pero no funcionó. "No tengo ni talento ni paciencia. Si las cosas no me salen rápido, desisto enseguida", dice. Si esos otros intentos artísticos "no fueron satisfactorios", cuando se sentó a escribir Meyer no tuvo ninguna duda. "Me hice una adicta desde ese día. El sueño sólo fue una parte de mi obra. Lo importante fue darme cuenta de lo mucho que escribir significa para mí", redondea con orgullo. Sin quitarle mérito al hecho de ser una autodidacta, la autora confiesa que los libros siempre fueron parte de su vida. Lectora desde que tenía siete años, cuanto más gordo el volumen, mejor. De ahí le viene la longitud de sus propios tomos. Si sus autores preferidos son William Shakespeare, Jane Austen y Orson Scott Card ("un Shakespeare moderno", dice de este escritor de ciencia-ficción), algunos de sus libros favoritos son La espada de Shannara (que le leía su padre), Lo que el viento se llevó, Mujercitas, Guerra y paz o las obras completas de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. En total, una escuela de más de mil novelas con las que aprendió a escribir, "a cómo acabar un capítulo, donde necesitas tensión. Así le pillé el tranquillo", reconoce. Lo que desconocía era el mundo de la edición, algo que tampoco detuvo a esta escritora novel a quien no le gusta correr riesgos. Primero se sumó a un grupo de escritores que se contaban sus penas y leían sus obras perdidos en Arizona. Luego contactó por Internet a un buen número de agentes literarios que desconocía. Y finalmente le llegó ese contrato por tres libros, un cheque por 750.000 dólares y la visita de un representante de Brown Books, su editorial, para saber qué podían esperar de esta ama de casa mormona. Sus creencias religiosas siguen siendo un elemento disonante a la hora de describir a esta autora, criticada (nunca por sus fans) por la castidad de sus libros dentro del torrente de pasión que describen. "Yo de niña leía Cenicienta y soñaba con el zapato de cristal, el príncipe azul y vivir en el castillo. No fue así. Mi amor es real, nos prometimos y me casé. Pero eso no está reñido con la fantasía, aunque luego crezcas y encuentres a esa otra persona que no tiene nada de príncipe pero que con todas sus faltas hace palidecer al mismísimo Edward", se defiende. Su Edward es Pancho Meyer, un contable ahora retirado ante el éxito de su esposa y que no tiene ni una gota de sangre hispana a pesar del nombre. "Es culpa de su abuela, porque se llama William Patrick Meyer, pero desde que nació le llama Pancho. Yo le conozco desde los 4 años y hasta los 16 no supe su verdadero nombre", agrega divertida. A él le volvió loco con sus libros, primero usurpándole su ordenador para poder escribir y luego con la música de Linkin Park, en concreto Meteora, durante Crepúsculo, o el grupo británico Muse y el tema Time is running out al parir Luna nueva. "Tengo que escribir con música. Me da el ritmo. Especialmente los grupos alternativos. No puedo con el country", detalla de su proceso de creación. También están sus hijos, tres entre los 6 y los 11 años, ésos de los que se intenta esconder mientras escribe, pero que tiene que tener cerca o no le viene la inspiración. "Pensé en construirme una oficina aislada de todos, pero me di cuenta de que no podía escribir sin sentirlos", concede ahora que ya tiene su propio ordenador y su despacho situado en el corazón de la casa, lo que antes era su comedor. Lo que sí aprovecha son las horas en las que todos se han ido a la cama para trabajar. "Tengo que saber que puedo contar con un tiempo sin interrupciones, porque no hay nada que más odie que estar en medio de una idea y tener que dejarla para volver y descubrir que perdí la pista", argumenta sin esconder su frustración. Así es Meyer, ama de casa de día, cercana a su madre y a sus hermanos, haciendo la compra o la colada y autora comparada con J. K. Rowling de noche o cada vez que sus seguidores le dan caza. "La comparación es absurda. J. K. Rowling no hay más que una, y en lo único que nos parecemos es en que somos mujeres y escribimos", se enfada de forma fingida. Hay otro parecido: como pasó con la serie de Harry Potter, los libros de Meyer han devuelto el apetito por la lectura a un colectivo perdido en el mundo de la imagen. Eso sí que la llena de orgullo. "Lo he visto con mi hijo mayor, al que forcé tanto a leer que no disfrutaba hasta que este verano leyó El ladrón del rayo, de Rick Riordan. Cuando encuentras a un autor así, debes estarle agradecido el resto de tus días", acepta con mezcla de orgullo y humildad dado que ahora el libro favorito de su hijo es The host, el primer volumen de una trilogía. La autora deja así atrás a sus amados vampiros para adentrarse llena de amor en el campo de la ciencia-ficción, por el momento, con el mismo éxito de lectores entre los más jóvenes, especialmente las mujeres. -
http://www.elpais.com/articulo/semana/mordisco/Stephenie/Meyer/elpepuculbab/20081206elpbabese_3/Tes
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