Demasiada presión: Dos Pistolas Kid, Los Cuatro Fantásticos, Capitán Marvel, La Patrulla X y el mismísimo Thor, como espadas de Damocles, en el cogote y, enfrente, Enrique Fernández (Barcelona, 1975), flamante medalla de plata del Premio Internacional de Manga, otorgado por el Gobierno japonés, por su álbum La isla sin sonrisa (editorial Glénat). Un español, reconocido por los padres del género entre 189 trabajos de 39 países. "La verdad es que los manga los sigo poco, tanto que ni compro". Así de sincero y honesto es. Como el local: manteles de papel, menú en un plástico y las paredes invisibles por pósteres, muñecos y originales de cómic. Al dueño no le caben en casa.
"Se me van a enfriar los macarrones", lanza cuando se le pide una instantánea del sector a este desertor de Bellas Artes ("vi que lo de enseñar a dibujar no era allí"). Impactado por Pocahontas ("humanos y gesticulaban bien: una realidad extraña para mí"), Fernández tiene amigos en Pixar y realizó un curso de animación en 1995 que le llevó a trabajar enseguida en la serie El Cid. "Es un mundo pequeño, de gente y de mercado: por un álbum, meses de trabajo, apenas ganas 3.000 euros y nunca sabrás bien qué se ha vendido... Nada, como los emigrantes de los sesenta: ¿quieres vivir de esto? Pues vete a Francia. Hacer cómic aquí es sufrir", parafrasea él, que ha predicado con el ejemplo: ahí se le conoce por Libertadores (2004) y la adaptación de El Mago de Oz. "Ven la española como una buena escuela, nos identifican como más expresivos, con más garra al dibujar, pero no tenemos industria", suelta valiente: amén de pedir el volován de pescado, dice que con La isla sin sonrisa (finalista del Salón del Cómic de Barcelona 2010) quería "hablar de la felicidad en una isla donde nadie es feliz, pero todos lo disimulan por los niños". Tema delicado, tratado con su estilo gráfico, que busca "retener en un solo plano el máximo de información y jugar con las luces", pespunteado todo por cierto animismo, como su admirado Hayao Miyazaki. De las pocas influencias manga que cree tener: "Dejo caer siempre algún elemento fantástico asimilable y algunos personajes tienen manos y cabezas grandes, también ciertas expresiones faciales están exageradas y las viñetas de fondo, más animadas", disecciona de su álbum. De detrás de las cajas de cerveza con las que acaba la barra, el dueño asoma con otro cortado: el anterior se enfrió escuchando al dibujante que trabaja en el ordenador y pilla ideas de cualquier sitio: "Busco imágenes por Google. Todo sirve, pero de la música saco más ideas que de Facebook". ¿Y el cómic en libro electrónico y en 3-D? "Será otra cosa; cambiará también la narrativa; esto ya no volverá y ustedes me perdonen...", dice, risueño, señalando un póster de Corto Maltés y apuntando con la perilla a un original de Fernando Fernández y a una sensual mujer de Segrelles. Guarnido, Breccia, Corben... evoca mientras saca una caja negra atestada de rotuladores, con los que homenajea a Hellboy en el cuaderno de honor del bar. "Como el cómic ya es industria del ocio, hoy es mucho menos underground", dice con ¿melancolía?, que enlaza con "la cantidad de españoles que en el festival de Angulema hacen cola para enseñar trabajos". Por cierto, del premio, ni un yen, ni un euro, pero los miércoles seguirá comiendo con colegas de gremio. El dueño hace un truco de magia para despedirle.http://www.elpais.com/articulo/ultima/Hacer/comic/Espana/sufrir/elpepiult/20110204elpepiult_2/Tes
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