ANTONIO MUÑOZ MOLINA 14/11/2009
Uno pierde algo y la pérdida es el aliciente para una búsqueda que de otro modo no habría sucedido. Winifred Gallagher tuvo la sensación de perderlo todo de golpe cuando le diagnosticaron un cáncer y a lo largo de los meses del miedo a morir y del tormento de la quimioterapia intuyó algo en lo que hasta entonces no había reparado, una fortaleza personal que desconocía, una capacidad de enfocar su atención en el tiempo presente en vez de mirar hacia la posible negrura del porvenir inmediato o de refugiarse vanamente en la nostalgia de su vida anterior a la enfermedad. En torno a los cincuenta años, Sara Maitland se encontró de un día para otro igual de despojada: sus hijos se habían hecho adultos y vivían por su cuenta, su matrimonio de muchos años se había desintegrado sin drama, su juventud pertenecía ya indudablemente al pasado. Winifred Gallagher descubrió a causa de la enfermedad el misterio de la atención al presente, la facultad fabulosa de la mente humana para concentrarse plenamente en algo, iluminarlo, percibirlo como una revelación, como un tesoro a la vez sólido y fugaz que requiere para ser apreciado el esfuerzo de la inteligencia y de cada uno de los cinco sentidos. Sara Maitland, una mujer a la vez religiosa y activista de izquierdas, feminista militante, recién convertida al catolicismo, hizo un descubrimiento que en el fondo se parece al de Gallagher, y se dedicó igual que ella a explorarlo y a escribir sobre él: ella, que llevaba toda la vida hablando, argumentando, defendiendo la urgencia de las mujeres por levantar la voz en público, se encontró sola en una casa vacía y descubrió el don del silencio. Después de tanta agitación, de tantas palabras, de vivir en el aturdimiento continuo y cotidiano del ruido, Sara Maitland se detuvo un momento a prestar una atención tan aguda como la que estaba ejercitando Winifred Gallagher y decidió que el silencio no iba a ser una desgracia, el espacio en blanco marcado tan sólo por huellas de ausencias, sino el lugar en el que de ahora en adelante quería habitar.
Explorando su propia capacidad de atención, las maravillas que le ofrecía, la dificultad de sostenerla, Winifred Gallagher fue aprendiendo en los meses de su tratamiento que la forma de la vida es la suma de las cosas a las que decidimos estar atentos. Lo que no ves no existe. La voz que tienes cerca y que no escuchas aunque asientas con la cabeza es la de un fantasma. El psicoanálisis nos ha convencido de que nuestra identidad es el drama eternamente representado de unas cuantas desgracias de nuestra infancia más lejana. Revivimos quejumbrosamente agravios del pasado con la misma mezcla de complacencia y masoquismo con que un nacionalista invoca el ultraje de las batallas perdidas hace unos cuantos siglos. Si somos irremediablemente la consecuencia de lo que sucedió o lo que imaginamos que sucedió hace mucho tiempo, reflexiona Gallagher, nuestra vida futura está marcada por la fatalidad. Pero el pasado no existe y no puede corregirse: valdría más concentrar la atención y la energía en evitar la repetición de antiguos errores o mitigar las consecuencias de los que se cometieron. Ni está el mañana (ni el ayer) escrito, dice el poema de Antonio Machado. El mañana ni siquiera está escrito en nuestros circuitos neuronales, recuerda Winifred Gallagher, porque ahora se sabe que el cerebro tiene una plasticidad muy superior a la que se imaginaba hasta hace muy poco, y que continuamente se está modificando, estableciendo nuevas y deslumbrantes conexiones que son los chispazos del aprendizaje, los de la atención maravillada.
El libro de Gallagher se titula Rapt: Attention and the Focused Life; el de Sara Maitland, A Book of Silence. Los dos pertenecen a ese género admirable, tan poco cultivado entre nosotros, que mezcla la autobiografía y la erudición, el amor por la literatura y por la divulgación científica, un dejarse llevar por la materia que lo entusiasma a uno con franca curiosidad y puro deseo de saber, sin ir cargado con el fardo verboso de la egolatría. No sé apenas nada de ninguna de las dos, pero imagino que Winifred Gallagher es una mujer más sensual y más despierta a los placeres mundanos, y Sara Maitland más vulnerable a las seguridades de la ideología, a esos arrebatos de misticismo y ortodoxia que ella misma estudia a lo largo de su libro. Hay algo de desasosiego y fanatismo en su búsqueda, en sus retiros de varias semanas en casas aisladas de toda cercanía humana y batidas por el viento en páramos escoceses, en su gradual exigencia de mayores profundidades de silencio, que acaba llevándola al lugar más silenciosamente desolado de todos, el desierto del Sinaí, donde los profetas bíblicos y los ermitaños del cristianismo primitivo escucharon voces terribles y tuvieron visiones de tentación y apocalipsis. En sus rigurosas soledades Sara Maitland estudia las soledades abismales de otros: la de Cristo en los cuarenta días y cuarenta noches que pasó en ese mismo desierto, la del almirante Byrd, que vivió seis meses solo y en la oscuridad del invierno polar en una cabaña de la Antártida, la de los navegantes solitarios que daban la vuelta al mundo en pequeños veleros, la del náufrago Alexander Selkirk, que pasó solo cinco años en la isla de Juan Fernández e inspiró a Daniel Defoe las aventuras de Robinson Crusoe, la de los monjes tibetanos que se retiran a una gruta del Himalaya para sumergirse en una meditación que tiene algo de catalepsia.
Despertada de la somnolencia en la que vivimos habitualmente todos por el sobresalto del cáncer, Winifred Gallagher se ejercita en prestar atención a las cosas que le importan más: "Las grandes, como mi familia y mis amigos, mi vida espiritual y mi trabajo", dice, "y las más pequeñas, como las películas, los paseos y los martinis de las seis y media de la tarde". Todo conspira cada vez más para distraernos, para aturdirnos, para dejarnos sordos con una incesante cacofonía de reclamos. Pero la sensación de rapto que nos sucede igual en la invención estética y en la pasión amorosa no existe sin la perseverancia de una atención que puede bruscamente transmutarse en algo parecido a un milagro, el único posible, el de la plenitud de lo real.
Tomo notas, con los dos libros abiertos, en un pupitre espacioso de la biblioteca pública, junto a un ventanal inundado por la luz pálida de la mañana de noviembre. Aprendo a estar atento, leyendo a Winifred Gallagher, pero he de estarlo a la vez a lo que leo y a la gente que pasa junto a la ventana, a las acacias de hojas diminutas que brillan al sol con un amarillo de mostaza. Gracias a Sara Maitland soy más consciente de la calidad del silencio que me hace falta para trabajar con placer y provecho, pero también del rumor de las presencias que me hacen compañía, envolviéndome en su cobijo cálido: voces amortiguadas mezclándose, el balbuceo de un bebé en brazos de una madre lectora, el ruido hueco de un teclado en el que alguien escribe. Atención y silencio vuelven memorable el presente.
Rapt: Attention and the Focused Life. Winifred Gallagher. Penguin Press, 2009. 256 páginas. A Book of Silence. Sara Maitland. Granta Books, 2009. 320 páginas. www.saramaitland.com/
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